México está a punto de sumar un millón de contagios (confirmados) de Covid -19 y 100 mil muertes por esa causa; tal vez gran parte de la población se sienta acosada al percatarse que cada vez más el cerco se va cerrado y si al inicio de la pandemia las noticias de fallecimientos se referían a personas lejanas, ahora se sabe del fallecimiento o contagio de amigos, colegas, familiares de conocidos o incluso familiares personales.

La semana anterior el Covid quitó la vida al escritor Luis Zapata, quien durante su situación de salud sufrió un infarto cardiovascular después de haber ingresado el 5 de octubre al hospital en Morelos, estado donde residía.

Posteriormente se supo de la muerte de Sandro Cohén, profesor y autor de múltiples libros pero quizá el título por el que era más conocido fue “Redacción sin dolor” para aprender “a escribir con claridad y precisión”.

El mismo día trascendió la noticia de que la periodista Mariela Cházaro Argudín había perdido la vida a consecuencia de las complicaciones del coronavirus, pues estuvo internada desde mediados de septiembre.

Sin embargo los efectos de la pandemia sigue dejando fallecimientos todos los días en casi la mayor parte de las entidades federativas del país; a ello se suman las otras muertes, las de la violencia desmedida contra las mujeres y contra los jóvenes.

En ese sentido está el caso de Saiset Abigail, de 24 años de edad, quien luego de tres semanas de búsqueda, su cuerpo fue encontrado dentro de un departamento en la alcaldía Cuauhtémoc.

En este asunto el principal sospechoso es quien fuera su novio, Luis Alfonso, quien era el administrador del edificio donde vivía la joven, quien aparentemente fue asfixiada y, además, su cuerpo presentaba algunos golpes.

Además resulta lamentable la amenaza que se cierne sobre los jóvenes desamparados que llegan a la ciudad de México -solos o con sus familias- y en su búsqueda de medios para sobrevivir son cooptados por el crimen organizado de la zona centro.

Recientemente se supo que los adolescentes Alan Yair “N” y Héctor Efraín “N”, hermanos que trabajaban con sus padres vendiendo dulces y a quienes se les vio con jóvenes presuntamente delincuentes, fueron muertos y sus restos mutilados, que de manera fortuita fueron hallados dentro de bolsas de plástico de color negro cuando un sujeto las transportaba dentro de cajas y con el auxilio de un diablito en calles del Centro Histórico.

Pareciera que ser pobre, de origen indígena y vivir en esa zona de la capital del país significa estar a expensas de los designios del crimen organizado en el ramo de narco menudeo y ser cooptado y después asesinado como parte de las vendettas de los grupos criminales.

Por donde quiera que se le mire la muerte es injusta y nos va dejando solos a estos más de 120 millones de personas que poblamos este país llamado México.
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