Esta semana se llevan a cabo los exámenes de admisión en el nivel medio superior y superior en el estado de Hidalgo. Nuestro estado tiene características particulares que lo distinguen de otros casos. Uno de los muchos asuntos pendientes en la agenda pública es el relacionado con la integración de los jóvenes a la vida laboral así como su preparación profesional en el ámbito académico. Muchas familias hacen un enorme esfuerzo para lograr que sus hijos logren ingresar a una universidad, asumiendo que esto representa una cierta certidumbre en cuanto al futuro laboral de los estudiantes.

Hasta hace algunos años, el estudiar una carrera universitaria representaba un seguro para los egresados, de una cierta estabilidad económica. Recientemente, sin embargo, el panorama ha cambiado de manera drástica. Tenemos los casos de muchos egresados de diferentes programas académicos que realizan actividades distintas para subsistir, dado que no encuentran trabajo en la disciplina que eligieron estudiar. ¿Cómo es que los jóvenes perciben el panorama cambiante que están enfrentando? Como profesor universitario, he tenido la oportunidad de conversar con diferentes estudiantes de carreras de ciencias e ingenierías. La constante que encuentro, es un enorme temor a no encontrar un trabajo satisfactorio y bien remunerado.

Los jóvenes parecen temer que, después de estudiar durante un poco más de cuatro años, no serán capaces de encontrar un buen empleo… ¿Cómo debemos atacar este problema? ¿Qué puede hacer la sociedad en su conjunto para darle una mayor certeza a estos jóvenes? Ciertamente no se trata de un problema fácil de resolver.

Por una parte, el estado debe garantizar que los jóvenes egresados de diferentes programas educativos podrán encontrar empleos bien remunerados y en los que puedan desarrollar sus habilidades.

Las universidades tienen un compromiso con los estudiantes, de formarles de manera integral y con una sólida preparación profesional que garantice el éxito de los egresados. En columnas anteriores he mencionado el pensamiento del filósofo José Ortega y Gasset. Él solía identificar como la raíz de todos los problemas del pueblo español, lo que denominaba como “chabacanería”. Lo mismo aplica para nuestro caso.

Si queremos mejorar las expectativas de nuestros estudiantes, debemos atacar la chabacanería desde todos los ámbitos. En el caso de las universidades, esto implica tomarse las cosas muy en serio, aspirar a la excelencia. El antídoto para la chabacanería es mantenerse “en forma”.

Debemos pues dar la mejor y más sólida formación a los estudiantes, de manera que, puedan tener éxito en cualquier tarea que emprendan. Es un requisito indispensable para iniciar el cambio que todos necesitamos.

 

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