La tragedia del 18 de enero en Tlahuelilpan quedará como un referente histórico de algo que no debe repetirse. No hablaré de ella en esta ocasión.

En la escuela primaria donde estudié los primeros tres años de la educación básica, solía convivir con chicos de varias comunidades rurales cercanas al la ciudad de Tuxpan en Veracruz. Muchos de nosotros solíamos jugar descalzos luego de terminar las clases, aunque algunos de los chicos que asistían a la escuela también lo hacían sin zapatos.

En ese tiempo, la educación se brindaba por igual a todos los chicos y la profesora Cruz María (una mujer verdaderamente excepcional) que atendía al grupo, se dirigía a todos los niños por igual, con carácter firme, pero con respeto. No obstante que éramos pequeños, nos percatábamos de sutiles diferencias más bien con el resto de la población. Los más pobres siempre lo han pasado mal.

Recuerdo que en ocasiones soñaba por las noches que me encontraba en el salón de clase y que yo también, por alguna razón, me encontraba sin zapatos. Una sensación de vergüenza y de vulnerabilidad me embargaba durante el sueño hasta el punto de que en ocasiones despertaba con la incertidumbre de que lo soñado no fuese real.

Ahora que muchos estamos economizando combustible he tenido oportunidad de coincidir con  algunos estudiantes y colegas profesores en el transporte público y he podido detectar esa mirada que veía en algunos compañeros de la escuela primaria cuando otro amigo se encontraba descalzo. Una mezcla de vergüenza y de no saber qué hacer.

En su libro La conquista de la felicidad, Bertrand Russell, nos habla sobre los diferentes miedos que agobian al ser humano y que le impiden ser feliz. Ciertamente algunos miedos son más concretos que otros. Hay quien teme al cáncer o a la ruina económica y no falta quien sufre al pensar que tal vez sean ciertos los cuentos del fuego del infierno que le contaron siendo niño.

Pero la sensación de vulnerabilidad que se alcanza a apreciar en algunas gentes que temen no poder usar su auto para transportarse a diferentes lugares en la vida cotidiana es verdaderamente digna de un estudio psicológico. Debemos afrontar estos días con entereza y la certidumbre de que buscamos un cambio de fondo en la vida de todos nosotros. Es por el bien de todos.

 

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